viernes, 9 de mayo de 2014

Biografía Valle-Inclán II

     El período comprendido entre 1908-1910, correspondiente a las fechas de publicación de las novelas de La Guerra Carlista, suele aceptarse como la etapa de militancia política de Valle-Inclán en el partido carlista. 

De esta época hay tres referencias anecdóticas:
-       El escritor realizó varias visitas a la esposa e hija de Carlos VII.
-       El fallido intento de ofrecer su ciclo bélico al Pretendiente, exiliado en Venecia desde su derrota en 1876.
-        Valle-Inclán presentó candidatura a las elecciones del 8 de mayo de 1910 por Monforte de Lemos. 

El carlismo reunía los rasgos estéticos suficientes para resultar atractivo a una personalidad como la de Valle. El carlismo como fuerza minoritaria y radical era para Valle, al igual que para otros el anarquismo, la fórmula que le permitía manifestar su desacuerdo con la política vigente y con su propia sociedad.

Todo ese despliegue gestual y verbal del escritor tiene su más importante manifesta­ción en las obras de estos mismos años, las novelas de La Guerra CarlistaLos Cruzados de la Causa (1908), El Resplandor de la Hoguera (1909), Gerifaltes de Antaño (1909) y el fragmento La Corte de Estella (1910), que son en buena medida recapitulación amplificada de temas, motivos, ambientes, personajes y situaciones de obras anteriores, en particular, Sonata de InviernoEl Marqués de Bradomín y Comedias Bárbaras, entre las que se crea una compleja red de relaciones intertextuales.

En 1912 se traslada con su familia a Cambados, donde se produce la muerte de su hijo Joaquín (1914). Desde Galicia continúa sus colaboraciones en la prensa local y nacional con algunos poemas, que en 1920 integraría en El Pasajero, y fragmentos de La Lámpara Maravillosa. Esta estancia en Galicia se ve interrumpida frecuentemente por viajes a Madrid, donde permanece períodos largos, para atender asuntos literarios, como los ensayos y estreno de La Marquesa Rosalinda (5 de enero de 1912), o la publicación de su «Opera Omnia», a cargo de la imprenta Rivadeneyra, que inicia en 1913.

A partir de 1912 se aleja de los escenarios y del teatro. En primer lugar, después del estreno con éxito de Voces de Gesta en Barcelona, la compañía María Guerrero se niega a representarla en Pamplona, recriminando el carácter político del texto. Esta negativa provocó la ruptura con dicha compañía. En segundo lugar, Valle intenta estrenar El Embrujado. Tragedia de Tierras de Salnés y en noviembre de 1912 dirige una carta a Benito Pérez Galdós. El episodio se complica y desencadena una agria polémica con Matilde Moreno, empresaria del teatro, que tiene como colofón la lectura pública en el Ateneo de la obra rechazada por la dirección del teatro. 

Enemistado con las dos grandes empresas teatrales del momento, Valle renuncia a estrenar y en adelante llegará a afirmar que nunca se interesó por la escena y que jamás escribió para el teatro. Valle-Inclán era consciente de que su teatro (anti-realista) no se adecuaba a los gustos del público de la época.

Una vez abandonada la posibilidad de estrenar en teatros comerciales, el escritor queda totalmente libre para experimentar y así lo hace difuminando las fronteras entre los géneros (novela-teatro), subvirtiendo los códigos genéricos convencionales y acuñando nuevas fórmulas (esperpento). Lo que de aquí se deriva es una concepción revolucionaria de la literatura, superadora de los géneros tradicionales, que traslada la obra a un terreno nuevo.

El deseo de romper límites y barreras preestablecidas sólo se hace plena realidad cuando Valle se despreocupa de estrenar. De modo que, al retornar más adelante al teatro, lo hizo con la convicción de que sus obras no iban a ser representadas y ello contribuyó de modo práctico a sus audacias en la forma y en el estilo. Paradójicamente, este hecho fue determinante del nacimiento del mejor teatro de Valle, el que lo ha consagrado como uno de los dramaturgos más importantes del siglo XX.

En 1914 estalló la I Guerra Mundial y Valle había firmado con otros intelectuales un manifiesto a favor del bando aliado, que se publicó en el periódico El Liberal (5 de julio de 1915).

El 30 de abril sale Valle con destino a París como cronista de guerra; y el 2 de mayo está en la capital francesa. Surge entonces la serie de crónicas sobre la guerra, que se publicaron, a su regreso, en Los Lunes de el Imparcial bajo el título genérico de Un día de guerra (Visión estelar), que daba cobijo a dos partes: la primera, La Media Noche (1916), versión que transformó considerablemente al editarla como libro en 1917; la segunda, En la luz del día (1917).

Aquella excepcional experiencia tuvo una importante trascendencia estética. Valle tuvo ocasión de recorrer las trincheras aliadas, ver la ciudades bombardeadas, los hospitales de la retaguardia, conocer a altos mandos del Estado Mayor francés y participar del horror, la destrucción y la muerte de una guerra distinta a todas las que le precedieron. Pero la vivencia que más hondamente caló en el escritor fue un vuelo sobre los campos de batalla.

A partir de aquel vuelo escribe La Media Noche. Visión estelar de un momento de guerra (1917). Estas obras sitúan a Valle-Inclán entre los innovadores de la novela contemporánea y lo adscriben de pleno a la modernidad.

En 1916 Valle es nombrado profesor de Estética en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, tarea que no fue tan breve como suele decirse, sino que desempeñó casi dos años.

Durante el período de relativo silencio, en el que se desarrolla la Gran Guerra (1914-1918) y la Revolución Rusa (1917), se gesta la crisis artística que precede y acompaña el nacimiento de las vanguardias. Valle reenfoca su obra y prepara la fórmula que desembocará en el esperpento. 

Es éste el momento que marca la transformación de su obra hacia una visión desgarrada y crítica de la realidad nacional. Tomó conciencia, adoptó una postura cívica, siguió un camino inverso al los llamados «noventayochistas». De ahí que se le haya considerado hijo pródigo del 98.
Pero Valle-Inclán no es un individuo ni tan voluble ni tan contradictorio. Su rebeldía ante la realidad que le tocó vivir se manifiesta en su trayectoria literaria de modos diferentes: primero, como una actitud de huida, de evasión de la realidad, que no es, sin embargo, una postura gratuita, sino un mecanismo de protesta, posiblemente poco eficaz, pero supone una actitud ética indiscutible. Valle, que siempre gozó de una despierta conciencia cívica, hace patente su desacuerdo con la realidad político-social contemporánea y su preocupación entonces se centra en la búsqueda de recursos artísticos que hagan más eficaz su actitud crítica. La respuesta será el esperpento.

       En noviembre de 1919 renuncia a la plaza docente. Empieza a fallarle la salud y a guardar cama con frecuencia. En 1920 sufre una intervención quirúrgica con la consiguiente estancia en un sanatorio. Es la primera vez que emplea la palabra «esperpento» en relación con su obra: «Esta modalidad consiste en buscar el lado cómico en lo trágico de la vida», expresaría en 1921.

       En estas mismas fechas cierra el ciclo de sus Comedias Bárbaras con la publicación de Cara de Plata. Dos años antes había visto la luz una de las obras más valoradas del escritor, Divinas Palabras (1919 en la prensa y en 1920 como libro), que se anuncia como Tragicomedia de aldea, culminación del teatro que representan las Comedias Bárbaras, apunta rasgos que la acercan al esperpento.

      A mediados de septiembre de 1921 realiza un nuevo viaje a México, por invitación personal del presidente de la república. Su recibimiento fue un acontecimiento con enorme repercusión en el que participa todo el país. Este segundo viaje estuvo lleno de actividades culturales.

       En 1922 se establece de nuevo en Madrid, participando frenéticamente en las tertulias de la capital. La dictadura de Primo de Rivera, contra la que Valle se manifestó abiertamente, fue un factor esencial en su génesis, siendo el detonante la convalecencia de la operación de un tumor de vejiga, al que fue sometido en Santiago de Compostela en 1923.

        Desde 1924 muestra su oposición a la dictadura de Primo de Rivera, vocifera en los cafés y no duda en hacerse oír. En alguna ocasión fue detenido en la vía pública por quejas al régimen.

      A finales de 1926 edita la que algunos consideran su obra maestra, Tirano Banderas, donde es patente la huella de su todavía reciente viaje al México revolucionario. En 1927 inicia la publicación de El ruedo ibérico. Únicamente llegó a escribir tres novelas de este proyecto: La corte de los milagros (1927), Viva mi dueño (1928) y Baza de espadas (1932).

      En 1927 participa en la creación de la Alianza Republicana. En 1928  consigue el contrato editorial más importante de su vida, con la Compañía Ibero-Americana de Publicaciones (CIAP) que le ofrece una cuantiosa suma a cuenta de la explotación de los derechos literarios, pagadera en mensualidades. Instalado en su domicilio familiar empieza a escribir con cierto sosiego. Se aristocratiza y se vuelve más selecto en su entorno cercano de amistades.

      En 1929 es encerrado quince días en la cárcel Modelo de Madrid, por negarse a pagar una multa impuesta con motivo de unos incidentes ocurridos en el Palacio de la Música en el estreno de El hijo del diablo.

      La quiebra de la CIAP en 1931 hace que se agote el dinero obtenido y espléndidamente gastado, cuando el régimen de Primo de Rivera vive sus últimas horas. La situación económica hace pensar al matrimonio Valle-Inclán Blanco en la separación matrimonial.

       El fenómeno mundial de la politización de la cultura, que se produce en los años 30, llega a  España. Valle (a pesar de haber elogiado varias veces a Mussolini por su actitud carismática) fue nombrado presidente de honor de Amigos de la Unión Soviética en 1933, miembro del Comité Internacional contra la Guerra. En 1935 fue miembro del Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura y presidió la campaña nacional contra la pena de muerte.

       A partir de 1930, con la excepción de Baza de Espadas y El Trueno Dorado, se limita a reeditar sus textos (retocándolos, perfeccionándolos, ampliándolos…). 

   Sorprende esta actividad en un hombre cuya salud estaba muy quebrantada. La proclamación el 14 de abril de 1931 de la II República sitúa a Valle-Inclán entre las filas de sus simpatizantes. El mismo año de la proclamación de la República, recibió del pretendiente carlista, don Jaime, la más alta condecoración del partido: la Cruz de la Legitimidad Proscrita. El Gobierno republicano nombró a Valle en 1932 conservador del Patrimonio Artístico Nacional, cargo bien remunerado, que apenas le duró el tiempo de tomar posesión, ya que dimitió ante el estado de abandono de palacios y museos de los Reales Sitios y la falta de eco ante sus propuestas y proyectos. Ese mismo año fue nombrado presidente del Ateneo madrileño y fue objeto de un homenaje de desagravio por no habérsele concedido el Premio Fastenrath de la Academia a su Tirano Banderas.

       La vida familiar del escritor sufre un profundo cambio: el divorcio de Josefina supone que Valle-Inclán se hizo cargo de sus hijos, con los que se trasladó a Roma, cuando el 8 de marzo de 1933 fue nombrado oficialmente Director de la Academia de Bellas Artes de la capital italiana. El desempeño de sus funciones como director fueron fuente de conflictos con los propios artistas becados y las autoridades ministeriales, de las que dependía la Academia. El cúmulo de expectativas frustradas, unido a la frágil salud del escritor, decidieron su retorno definitivo a España el 3 de noviembre de 1934, aunque fue titular del cargo hasta su muerte. 

      En marzo de 1935 Valle-Inclán llega muy enfermo a Santiago de Compostela para ser sometido en la clínica de un viejo amigo, el Dr. Villar Iglesias, a un tratamiento de «radium» al que no resiste, falleciendo así el 5 de enero de 1936. Fue sepultado al día siguiente, en el cementerio de la Boisaca, en una ceremonia civil y en humilde féretro sin esquelas. Tal y como dispuso días antes de su muerte, en el que precisó que: «No quiero a mi lado ni cura discreto, ni fraile humilde, ni jesuita sabiondo». Es entonces, en el día de su entierro, cuando nos deja la última de sus anécdotas: el féretro en el que lo iban a enterrar tenía una cruz cristiana y al darse cuenta de ello, un amigo suyo se abalanzó sobre la caja para arrancarla rompiendo así la tapa. Unos días después este fue asesinado por cometer tal ``disparate´´. Sus restos reposan hoy en el cementerio compostelano bajo una gran losa de granito, tan austera como fue su propia vida.





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